Las investigaciones en el campo apuntan a cómo las experiencias emocionales de la migración afectan a los individuos y a las familias, tanto para el presente y el futuro como para la construcción personal y mutua de roles y cambios, identidades, aculturación y reunificación. La transnacionalidad sirve como hoja de doble filo: por un lado, puede favorecer la unidad familiar al subrayar el deseo de estar físicamente juntos y como estrategia de reconocimiento del sacrificio migratorio.
Por otro lado, también existe variada literatura que aborda cómo la familia puede sentirse más fragmentada debido a la separación geográfica y a la progresiva disminución de experiencias significativas compartidas entre los que emigraron y los que se quedaron. Las amenazas a la cohesión familiar también pueden derivarse de expectativas incumplidas sobre el aumento y la distribución de la riqueza en la familia y de cambios en los valores y prácticas culturales debido a la adopción de nuevos modelos relacionales e interpretativos, por ejemplo, sobre los roles de género.
A pesar de haber organizado un sistema de cuidado en el país de origen, aunque estén lejos, los padres siguen cargando con la responsabilidad final de cuidar de sus hijos emocionalmente y en la logística de la vida. La tensión entre la separación y el cuidado suele "tensar las relaciones familiares”. Las tensiones entre los padres migrantes también pueden surgir en relación con los cambios estructurales en la familia. En general, la migración de uno de los progenitores es un factor estresante para la pareja y la familia Para algunas familias, la separación de la pareja tiene "el potencial de magnificar problemas que ya existían en la relación". Al fin y al cabo, las emociones se desarrollan en la tensión entre el trasfondo de normalidad y la excepcionalidad de la situación.
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